Comunicación

Cuando enseñar duele: el método tirano que apaga vidas antes de encender vocaciones

¿En qué momento dejamos que enseñar se convirtiera en una forma de tortura?
Una pregunta que nos estalla en el pecho cada vez que leemos noticias como la del joven residente médico Luis Abraham Reyes Vázquez, quien, según denuncias de sus compañeros, terminó con su vida tras meses de maltrato, humillación y acoso en el hospital donde se formaba. Y aunque su caso duele por su final, no es único. Es solo uno de los muchos que ocurren en silencio.

Y no, no es una exageración. Lo hemos normalizado tanto que lo llamamos “formación fuerte”, “escuela de carácter”, “rite of passage”. Pero no es otra cosa que un método educativo tirano que enseña menos de lo que daña, no importa si es lo que conoces, como a ti te formaron o como sabes que funciona el sistema, la carga sigue siendo la misma.

El problema no es la exigencia, es el miedo.

Exigir no está mal. Formar profesionales en contextos complejos, como el de la medicina, requiere compromiso, disciplina y una ética sólida, con base en la conciencia y el estado de alerta permanente. El problema está en cómo se exige.

El problema y las alarmas se encienden, deberían encenderse cuando el aprendizaje se impone desde el miedo y no desde la inspiración, porque entonces lo que cultivamos no son mentes brillantes, con pensamiento crítico, seguros, valientes y certeros, sino personas rotas con cero confianza, tronados desde antes de comenzar.

Los ambientes tóxicos —llenos de gritos, amenazas, castigos públicos, desprecio y horarios que rayan en la esclavitud— no forjan carácter: descomponen autoestima, agotan cuerpos, y apagan vocaciones. Y lo peor: pueden llevar a un burnout tan profundo que la única salida parezca la más trágica y permanente. Hacen falta muchos pares de ojos para estar alerta de las señales de quienes tenemos al rededor y darnos cuenta de esas miradas ausentes, que siguen por inercia más no ya por pasión.

Burnout académico y profesional: cuando el alma no puede más

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya reconoce el burnout como un síndrome ocupacional. Pero en ambientes como la residencia médica o los programas de posgrado, este desgaste comienza incluso antes de que las personas accedan a un sueldo o a una plaza formal.

Un estudio publicado en Academic Medicine revela que el 50% de los residentes médicos presenta síntomas de burnout, incluyendo insomnio, ansiedad, depresión y desapego emocional. Y según datos del INEGI y la Asociación Mexicana de Suicidología, el suicidio es una de las principales causas de muerte entre jóvenes profesionales de la salud en México.

Entonces, ¿seguimos creyendo que gritarle a un estudiante, humillarlo frente a sus colegas o hacerle trabajar 36 horas sin descanso lo está “haciendo más fuerte”?

La pedagogía del miedo: un modelo que ya caducó

Venimos de una cultura en la que el conocimiento era vertical: el maestro, el jefe, el superior tenía el poder absoluto. El alumno o el trabajador debía obedecer, callar y aguantar.

Hoy sabemos —gracias a décadas de estudios en pedagogía, psicología organizacional y desarrollo humano— que ese modelo, además de ineficaz, no es constructivo, al contrario.

Las personas aprenden mejor cuando se sienten seguras, vistas, valoradas. Cuando se les permite equivocarse sin ser castigadas. Cuando pueden preguntar sin miedo a la burla. Cuando el error no se usa para humillar, sino para construir.

Cambiar la cultura organizacional es el verdadero reto

No basta con investigar casos individuales ni con lanzar comunicados oficiales tras una tragedia. Cambiar el fondo implica rediseñar la cultura de enseñanza y trabajo desde la raíz. Requiere conciencia, valentía y entereza para querer formar líderes conscientes, no solo técnicos brillantes, para capacitar docentes profesionales con inteligencia emocional que tengan un liderazgo ético y sean másters en la comunicación asertiva antes.

Para que se diseñen sistemas de protección reales para los que están en formación, con verdaderas líneas anónimas, acompañamiento psicológico y políticas de tolerancia cero.

  • Y muy importante, hablar abiertamente de temas como el suicidio y el burnout, pero también del dolor emocional, de lo que se siente cuando se falla o cuando ya no se puede más.

Enseñar es cuidar

Porque sí, enseñar es una forma de cuidado. Una manera de influir en la vida de otra persona con tanto impacto como un tratamiento médico o una intervención quirúrgica. Y si no podemos hacerlo desde el respeto, desde el diálogo, desde la humanidad, quizá no estamos listos para enseñar.

Estamos acostumbrados a analizar cómo aprendemos, pero ¿y tú cómo enseñas?

No podemos seguir perdiendo vidas por mantener estructuras jerárquicas que solo perpetúan el miedo. No hay excusa que justifique el maltrato como método pedagógico. El conocimiento no debería doler. La vocación no debería costar la vida.

¿Y tú? ¿Te formas para salvar vidas o para sobrevivir a quienes deberían enseñarte?

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